domingo, 5 de mayo de 2013

Daniel y Violante, #1 ('Mar muerto')


Cerveza medio tibia, cosas que no funcionan y entre los dos este silencio que sin embargo está lleno, maduro, listo para caer del árbol, sobre tu cabeza o la mía, para probar así la ley física de nuestro distanciamiento.

lunes, 1 de abril de 2013

En la playa ("Mar muerto")


Irene asintió en silencio, entrecerrando los ojos y agachando la cabeza para que no le molestase tanto el sol, y señaló con el dedo varios montoncitos de arena con algas y palitos de madera que estaban fuera de las murallas.
—¿Y eso qué es?
(...)
 —Eso son tumbas. Es un cementerio.
—¿Para quién?
—Para la gente del imperio que se va muriendo. Mira, estas son las cruces. Las he hecho con palitos de helado y trocitos de madera que encontraba por ahí, y las algas son como si fueran coronas de flores.
—Qué macabro —dijo Irene, haciendo una mueca.
—¿Qué significa macabro?
—Que da susto.
Yo me encogí de hombros, buscando más piedras redondas y grises para un lado desprotegido que acababa de descubrir en las murallas.
—La gente se muere. ¿Es hora de merendar?
—No lo sé. ¿Quieres que enterremos algo de verdad?
—¿Como qué?
—Hay una babosa gorda ahí, al lado de esas chanclas azules —señaló Irene—. Podemos ir y cogerla y enterrarla. Yo creo que está muerta, porque la han sacado unos niños del agua y le han clavado palos.
(...)
Cuando el hoyo estuvo listo, echamos la babosa muerta en él y nos quedamos mirándola.
—¿Y ahora qué?
—No sé. ¿Le rezamos una oración?
—Pero las oraciones son para las personas.
—Pero es que si no, no va a parecer un entierro.
—En un entierro también se está triste y no estamos tristes, y también se va con ropa normal y nosotras estamos en bañador.
—Y con el culo lleno de arena —volvió a reírse Irene—. Vaya rollo de entierro.
—Vamos a pedirle dinero a mamá para comprarnos helados en el quiosco.
—Pero primero enterramos a la babosa.
—Bueno.
Al final, nos turnamos para echar montones de arena mojada a la tumba, hasta que la babosa desapareció de nuestra vista. Irene se quedó mirando la tumba, puso un trozo de alga encima y dijo:
—En la arena he dejado mi alma.
Reconocí la canción de la misa de los domingos y sacudí la cabeza:
—Mi barca. En la arena he dejado mi barca, burra.
—Que no, que es alma.
—Que no, que es barca, que siempre me toca sentarme al lado del padre Darío y dice barca.
—Pero si dices alma suena más bonito.
Eso era verdad.
Fuimos a por el dinero para los helados y echamos una carrera hasta el quiosco. Luego nos los comimos junto a la silla del abuelo Lauro.
(...)

Aquella noche nos llevaron a cenar a la hamburguesería de debajo de nuestro apartamento, y luego al paseo marítimo a ver las figuras gigantes de arena que hacía un chico joven en la playa por las noches, rodeándolas de antorchas, y después fuimos al mercado que los niños del pueblo hacían con sus cosas y pequeños tesoros al final del todo, cerca de la heladería grande, y cada una nos compramos una piedra redonda, pulida y blanca, con dibujos preciosos, y no hacía falta nada más, ni nada menos tampoco, para ser feliz.

domingo, 31 de marzo de 2013

Dolor ("Mar muerto")


Son los ojos de Daniel los que me dan el primer golpe. Es la expresión desencajada de su cara la que me anuncia una dimensión nueva del sufrimiento.
—Vio, toma.
Ahora soy yo la que no quiere coger el teléfono.
—¿Qué ha pasado?
—Vio, cógelo, por favor.
Cojo el teléfono y una voz de hombre me anuncia que Irene ha muerto, y en el instante que habita el espacio entre ambos hechos los brazos de Daniel me rodean y me aprietan como si se hubieran propuesto partirme en dos, y su llanto ronco se inicia mientras se me doblan las rodillas y se me corta el aliento, y un segundo más tarde solo soy y oigo y veo y trago y respiro dolor, dolor, dolor negro, dolor enloquecedor, dolor sin fin, dolor. 

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Con esta historia, sí. Con esta historia, lo veo. Se está escribiendo sin prisa, pero sin pausa. Se está soltando de mi mano, crece sola. A ver dónde me lleva.

lunes, 11 de febrero de 2013

Salidas, llegadas


El otro día, Maya me preguntó si era una de esas personas a las que les gustaban los aeropuertos.
—¿Cómo?
—Pues eso. Que si los amas o los odias. Con los aeropuertos, es así. O blanco o negro.
Pero hay muchas cosas que son así para Maya. Blancas o negras, quiero decir; sin matices de gris habitando la región intermedia entre ambos colores. Cosas razonables como la ópera, el arte moderno, el golf, el sushi, la existencia de Dios o las películas en versión original con subtítulos, pero también otras imprevisibles, como el ante, las ensaladas de bolsa, leer un libro o no por su portada, el tenis de playa o las mañanas de domingo. Maya va a cumplir veinticinco años el mes que viene, en julio, y últimamente está de mal humor porque le aterra entrar en la segunda mitad de la veintena, aunque ya le he dicho que no debería esperar nada en particular de ella, ni bueno ni malo. 

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Más ideas interesantes para relatos: una antología de esos momentos destacables que a veces, por no decir siempre, tienen los viajes.

domingo, 13 de enero de 2013

"Mar muerto", un relato propio

...En ocasiones mi peor crítico (es decir: yo) asiente con la cabeza y da su aprobación a lo que traigo entre manos. Rara vez sucede, pero merece la pena porque es una de esas ocasiones en las que pienso que realmente puedo lograrlo...escribir, digo. Que realmente tengo lo que hace falta, aunque sea en una dosis mínima.


Tras la muerte de Irene, el primer recuerdo que tuve de ella fue la forma en que solía comer naranjas.(...)  
Hacía ya tiempo que se había granjeado la confianza de Libertad, la joven frutera, que le dejaba escoger personalmente, sopesando cada fruta hasta llenar una bolsa transparente con un kilo de las mejores. Esa, no obstante, era solo la primera fase de un casting cítrico que se repetía religiosamente cada día, a la hora del postre. 
Mar muerto es un relato sobre la muerte, antes y después de ella, sobre el duelo, sobre el luto, sobre querer ser nada para que así no duela. Sobre comprender que solo hay una forma de llegar a eso. Y me gusta, me gusta hasta a mí, disfruto escribiéndolo. Así que a ver qué saco en claro de él.

martes, 25 de diciembre de 2012

The Fault In Our Stars: vive deprisa, muere joven, deja huella en el mundo

Comencemos esta reseña con una pequeña aclaración: el título de esta novela en España, “Bajo la misma estrella”, probablemente no sea culpa de la traductora. Es un aviso para todos aquellos que se preguntan por qué, de un idioma a otro, no reconoce el título ni el autor que lo trajo. No disparen al traductor. Porque esto es como con las películas. Que no es nuestra culpa. Que suele mandar la productora o, en el caso que nos ocupa, la editorial.

Digo esto porque, sea quien sea el que decidió eso de “Bajo la misma estrella”, se habrá quedado en la gloria. Romántico le ha salido un rato largo, pero básicamente se carga la historia que encierra el título original, y que aparece dentro de la novela. Yo me la he leído en inglés, así que no sé si al llegar a ese punto en la traducción española también piensas: “¡Ah, por eso el título!”. Pero sospecho que no. Y en cualquier caso no veo la necesidad de cambiarlo.
¡...Bueno! Basta ya de divagaciones, ¿no os parece? Hora de empezar a hablar de mi último descubrimiento literario, esta gran novela de John Green (Indianápolis, 1977)...con una sinopsis que, no obstante, podría desanimar a más de uno. Ahí van algunas pistas:
Chica (adolescente) conoce a chico (adolescente también).
Chica y chico se gustan de inmediato.
¡...Pffff, telenovela con acné! ¡Puaj!
¡Pero es que la cosa no acaba ahí!
Chica tiene cáncer de tiroides con metástasis en los pulmones y (por tanto) una sentencia de muerte que solo puede posponer, quién sabe cuánto tiempo, pero a buen seguro no demasiado.
Chico ha pasado por un osteosarcoma que le dejó sin pierna, aunque ya se encuentra bien (genial, dice él).
...Horror. ¡Dramón lacrimógeno al canto, gente! Doscientas y pico páginas destinadas a contarnos el romance de dos púberes que luchan contra su terrible enfermedad...siempre (¡siempre!) con una sonrisa (¡resplandeciente!), valor (¡del de los superhéroes!) y abnegación (¡cristiana, que se conocen en el grupo de apoyo de una iglesia local!). Las mismas virtudes con las que, ¿quién sabe?, perderán la batalla final.
Y por eso todos nosotros, los que estamos sanos, deberíamos vivir la vida a tope y Tomar Ejemplo (así, con mayúsculas) de los protagonistas. Y probablemente sentirnos un poco culpables, ya de paso, porque no lo hacemos.
Antes de que alguien venga a apedrearme, también yo creo que deberíamos dar gracias por nuestra salud, y pensar en quienes no tienen tanta suerte. Dicho esto, un libro con el planteamiento arriba descrito suena a merengue insufrible.
¡Qué suerte que Green pensase igual y modificase la receta!
Dadle una oportunidad a The Fault In Our Stars y descubrid a Hazel. Sus pulmones no valen un duro y toda ella es una granada a punto de explotar y hacer daño a cuantos le rodean, pero por lo demás es una chica sensible, irónica, tierna, divertida, llena de afecto y de ganas de vivir. Dejad los prejuicios y leed The Fault In Our Stars. Es vuestra oportunidad de conocer a Augustus Waters, al que el cáncer le arrebató una pierna pero le dejó intacto el resto de su glorioso físico, amén de su autoestima, su genialidad, su romanticismo y otras tantas virtudes que harán que todas vosotras os pidáis uno como él para Reyes. Un chico amante de las metáforas, subido a una montaña rusa que solo va hacia arriba, que solo teme al olvido.
Por el mismo precio, el pack incluye a los padres de Hazel, con su propia lucha diaria; a Patrick, superviviente de la terrible pérdida de sus propios cataplines; al Corazón Literal de Jesús; a Isaac, que cree que la palabra “siempre” encierra la promesa del amor verdadero; a Peter Van Houten, escritor genial y despreciable a partes iguales, y su libro An Imperial Affliction (“Un dolor imperial”); al Teniente Mayhem...y, como un gran extra, Ámsterdam. Los que, como yo, hayáis visitado esa ciudad y os hayáis enamorado de ella, y además hayáis estado en la Casa de Ana Frank como quien visita un templo, os vais a morir en cierta escena.
Desgraciadamente, a lo largo del libro tendréis que tragar también con la enfermedad, las limitaciones crueles que impone, el dolor, la tristeza y la muerte. Pero, ¡oye! La vida es así a veces.
En sus respectivas luchas, que pronto se hacen una sola, Hazel y Augustus son tan brillantes y bellos como las burbujas del champán, como los pétalos de los olmos que inundan Ámsterdam, como las estrellas que tienen la culpa de sus desdichas. Están gravemente enfermos, e incluso es posible que su historia también termine de manera abrupta, dejándonos llenos de preguntas y con ganas de más. Pero por encima de todo, decididamente y sin lugar a dudas, están vivos. Y dejan su huella; si no en el mundo, como Augustus anhela, sí en todos los que tenemos la suerte de llegar a esta novela.

(…) —Llegará un día —dije—, en el que todos nosotros hayamos muerto. Todos y cada uno de nosotros. Llegará un día en el que no queden seres humanos para recordar que nadie existió jamás o ni siquiera que nuestra especie hizo nada. No quedará nadie para recordar a Aristóteles o a Cleopatra, y mucho menos a ti. Todo cuanto hicimos y construimos y escribimos y pensamos y descubrimos se olvidará, y todo esto...—e hice un gesto abarcándolo todo—... habrá sido para nada. Ese día podría estar al caer, o podrían faltar millones de años para que llegue, pero incluso si sobreviviésemos a la desaparición de nuestro sol, no sobreviviremos para siempre. Así como hubo un tiempo previo a la toma de consciencia por parte de los organismos, habrá un tiempo posterior. Y si la inevitabilidad del olvido humano te preocupa, te animo a ignorarla. Porque Dios sabe que eso es lo que el resto del mundo hace.
(…) —Vaya, vaya —dijo Augustus lentamente—. Eres una chica distinta, ¿eh?

Te gustará si...
  • Te van las historias de amor distintas y con miga.
  • Te gusta que los libros te hagan pensar.
  • Eres un poco intelectual (porque así pillarás las referencias culturales en la novela)
  • Eres un adolescente o joven que, sano o enfermo, le da muchas vueltas a la cabeza.

Lo mejor
  • Líneas brillantes, a veces páginas, que subrayar y guardar en tu colección de citas preferidas.
  • La escena en la Casa de Ana Frank, junto al vídeo de Otto Frank. Los que me conozcan sabrán que ahí caí definitivamente y solté grititos de júbilo.
  • La química entre Hazel y Augustus. Una sola réplica de estos dos vale más que toda una trilogía azucarada de Crepúsculo, y transmite más tensión que el infame desperdicio de papel que representa la trilogía de las cincuenta aberraciones de Grey.
Lo peor
  • Admitámoslo, este tipo de historias traumatizan, porque luego sales a la calle y te crees que vas a encontrar tú también a tu Augustus o a tu Hazel, y entonces te llevas el planchazo y sufres y te sientes decepcionado/a.
  • En la línea del punto anterior, exige cierto esfuerzo por parte del lector creerse la rápida evolución de la amistad y amor entre los protagonistas. Se lo dejaremos pasar a Green porque sigue siendo una relación genial...pero ni siquiera cuando no tienes todo el tiempo del mundo van las cosas así de rápido y de rodadas. En mi experiencia y las cercanas, al menos, no.
  • Que Peter Van Houten, a pesar de todos los pesares, no exista. Porque eso implica que su libro tampoco, y cuando acabes la novela querrás leerlo.
  • Gracias a este título, el autor ha estado en la lista de los mejor vendidos del New York Times, así que igual me paso un poco diciendo que la novela es hipster y moderna y alternativa y todos esos adjetivos que ahora están muy de moda (aunque puedo aseguraros que es el tipo de libro que agarra un hipster). Lo que sí es cierto, mal que me pese, es que en algunos momentos puede resultar ligeramente pedante. Sus protagonistas son quizá (o acaso no) demasiado geniales e intelectuales para andar todavía con acné. Demasiadas conversaciones increíblemente elevadas y profundas, demasiado ingenio, demasiadas referencias (Emily Dickinson, el Aullido de Ginsberg, arte, arquitectura, filósofos, etc.). Para ser sincera a mí no me parece demasiado, o igual es que sigo echando de menos la universidad como una perra...pero bueno, eso, que para unos adolescentes igual sí sea mucho, o a algunos se lo parecerá. No obstante, si elegimos hablar de pedantería, yo puntualizaría que se trata de una con sentido, tolerable, light. Lo dice alguien que vomitaba cada dos páginas con la insufrible, elitista, estúpida, inaguantable Elegancia del erizo de la Barbery.

¡Corto y cambio! La próxima, mejor. Más esperemos que no, porque vaya parrafada me he marcado, amigos...




sábado, 23 de junio de 2012

'Hear the Wind Sing': los orígenes de Haruki Murakami

Últimamente no he tenido tiempo de leer. Al menos, de leer nada que no tuviera que ver con mis exámenes de Interpretación de Conferencias. En épocas como esta, mis lecturas se parecen a la tele los fines de semana o en uno de estos canales contenedor: libros que ya me he leído varias veces y de los cuales rescato pasajes concretos, textos de poca envergadura, cosas así. 

No obstante, siempre hay una excepción que confirma la regla.

No, no es que la foto sea pequeña, que también. Es que los libros son realmente de ese tamaño. No me haré la guay: cuando vi el paquete me decepcionó un tanto. ¿Qué? Sí, ese es mi edredón. 

Hear the Wind Sing y Pinball 1973, las dos primeras novelas de Haruki Murakami y también los dos primeros títulos de una saga que continuó con La caza del carnero salvaje y Dance Dance Dance. Esta última no se ha traducido al español y en eso concuerda con las dos primeras, que de hecho solo pueden encontrarse en inglés. Parece ser que Murakami nunca ha dado luz verde para su traducción a otros idiomas aparte del original (japonés), ya que considera que sus primeras obras no valen gran cosa. Afortunadamente, en su momento la editorial nipona Kodansha publicó la traducción al inglés para estudiantes japoneses, y gracias a ello algunos tenemos una oportunidad de acceder a ambas novelitas. Como este es el blog de una traductora, aquí el nombre del que traduce el libro sí que cuenta: Alfred Birnbaum. Tengo entendido que ahora es Jay Rubin, si no siempre, al menos sí en muchas ocasiones. Conseguir los libros dichosos, no obstante, es más difícil que de costumbre. Hay que meterse en eBay, buscar alguna oferta barata y fiarte del vendedor, básicamente. No os recomiendo que los encarguéis a una librería multilingüe (y en Granada, por esto del ambiente universitario internacional, las hay francamente buenas). Básicamente, porque os costaría un buen pico extra. Esto me lo recomendó la dueña de uno de los establecimientos que os digo, y la verdad es que le agradezco la sinceridad. 

Total, que a mí la broma me salió por unos 30 euros. No es barato, pero bueno, llevaba tiempo detrás de ellos. Como digo, con el tamaño te quedas un poco parada. Eso es y no es una tontería, ya que al fin y al cabo, al ser tan finitos la lectura se supone breve (claro que estoy acordándome de El elogio de la sombra de Tanizaki; aún más pequeño que estos dos y sin embargo me dejó K.O. a la espera de nuevo intento). Por otra parte, su tamaño, junto a las portadas y las partes de atrás, con la sinopsis escrita en japonés, los convierten en unos libritos bastante curiosos, de esos que gusta enseñar a los demás. Y además me caben en el bolsillo de mi abrigo de paño rojo, lo cual me hace sentir lo más hipster del mundo en invierno, porque es muy cool eso de sacarte un libro del bolsillo, cual conejo de la chistera. Al final hay unas cuantas páginas en las que se recogen algunas expresiones del libro con lo que imagino que serán explicaciones gramaticales o semánticas en japonés, lo cual también es bastante particular. 

Y eso es todo, por lo que se refiere a curiosidades sobre los libros. Bueno, también se llegó a hacer una adaptación cinematográfica de Hear the Wind Sing, dirigida por Kazuki Omori. Desgraciadamente, todo cuanto encontraréis de ella por Internet es el tráiler, que yo me he tragado unas quinientas veces. Lo poco que sacas de él se identifica rápidamente en el libro en su gran mayoría: la escena del accidente, el bar de J, la camiseta de la emisora de radio, la chica de la tienda de discos...

Y si el libro es fino, es porque Hear the Wind Sing es una historia breve, con escasos acontecimientos. Como lectores, asistimos a la narración del verano de un joven universitario, estudiante de Biología, que vuelve a su ciudad natal y pasa gran parte del tiempo con su amigo, apodado 'la Rata' (del japonés nezumi, si mal no recuerdo), en el bar de J, un chino con dotes de observador y psicólogo. Todo esto, no obstante, se nos narra en clave de pasado. Al principio de la novela, el protagonista-narrador nos explica por qué escribe y nos habla por primera vez de su autor de cabecera, el tipo que de una manera u otra constituye su principal influencia literaria. Se trata de Derek Heartfield, escritor imaginario del que se nos proporcionan una serie de datos como estos:
  • Tenía madera para escribir, pero de alguna forma se desinfló al no conseguir reflejar dicho talento en sus tramas y construcciones literarias. Aun así, ese don persiste a lo largo de sus obras como un vestigio.
  • Tras fallecer su madre, y por lo que parece harto de este valle de lágrimas, el tío salta desde el Empire State con un paraguas abierto (por si llovía) y una foto de Hitler apretada en la mano. Podríamos considerar, pues, a Derek Heartfield como el primer suicida del planeta Murakami, lo cual le otorga cierto puesto de pionero, teniendo en cuenta que la lista es larga.
Lo más llamativo de este Derek Heartfield, que por cierto vuelve a aparecer en el epílogo de la obra, son sus citas, que en realidad son como una declaración de intenciones primigenia por parte de Murakami. Así, se nos dice que 'no existe la escritura perfecta, así como tampoco la desesperación perfecta', o se nos manifiesta que para que la escritura surta efecto hay que guardar cierta distancia con respecto a lo que se escribe. Estas son las que yo llamo 'frases Murakami'; ese vínculo directo con tu forma de pensar o tu corazón cuya presencia es imprescindible en esa relación del lector con sus autores predilectos. Por la razón que sea, Murakami parece dirigirse a mí en gran parte de su obra, y esa sensación se manifiesta en frases como estas, pasajes determinados, imágenes...

Una vez entramos, pues, en el verano de los veinte de nuestro protagonista, vivimos con él lo que le sucedió en aquella época y sus sentimientos con respecto a sucesos del pasado. Sabemos así que cuando vuelve a su ciudad natal, si bien en ella está una gran parte de su vida, casi todo cuanto hace es beber cerveza, preferentemente en compañía de la Rata. Sabemos que la Rata odia a los ricos a pesar de ser uno de ellos, pues considera que llevan vidas vacías, que nunca lee (aunque en la segunda parte de la novela se traga unos ladrillos de cuidado, sin que medie explicación alguna), y que se apunta también a lo de escribir novelas, en las que no hay sexo ni muere nadie. Nuestro protagonista, por su parte, ha tenido tres novias: la primera, el típico amor de instituto; la segunda una hippie ingrata que recoge en el metro en plenas manifestaciones universitarias; la tercera, estudiante de francés, se suicida colgándose de un árbol de la universidad (suicida nº 2), no sin antes considerar el pene de nuestro protagonista como su raison d'être (y este es el inicio, tímido pero firme, de las paranoias y rarezas sexuales en el universo Murakami). Ahora, sin novia y por lo visto sin memoria, se dedica brevemente a encontrar a una chica que en su día le prestó un LP de los Beach Boys. La chica le encuentra a él y le dedica, a su vez, la canción California Girls en un programa de radio, y es entonces cuando el protagonista recuerda. Sus intentos de encontrarla, no obstante, son en vano, y la misteriosa chica desaparece sin llegar a conocerse su identidad. Sin embargo, hay una quinta chica que sí se mantiene hasta el final de la novela y a la que el protagonista recoge una noche etílica: una joven dependienta de una tienda de vinilos a la que le falta un dedo de la mano. Si bien al principio, dadas las circunstancias del primer encuentro, la joven desconfía del protagonista, con el tiempo se desarrolla entre ellos una amistad tan intensa como breve y de límites difusos, en la que descubriremos algunos detalles de ella y su familia.

Y esto es todo. ¿Ya está?, pensaréis muchos. Pues sí. Ya está, eso es todo. Y por supuesto, una se queda pensando que sabe a poco y que se echa en falta un mayor desarrollo de la historia o al menos de alguna de sus tramas, una raison d'être que sea tan válida como la del miembro viril del protagonista. Pero la cuestión es que acaba ahí, concluye en cierto punto sin decir más. No está mal, pero...

Así pues, desde luego Hear the Wind Sing cumple con todas las características de la primera novela que ya promete pero que aún se delata en varios puntos: ciertas partes que se hacen menos interesantes, esa impresión de carecer de trama sólida (aunque bien mirado, eso no tiene por qué ser patrimonio exclusivo de las operas primas), la inconsistencia de los personajes (insisto en lo de la Rata que nunca jamás leía y de repente se estrena con autores áridos), etc. Sin embargo, y con respecto a la promesa de algo bueno, sí detectas ya a Murakami en muchos detalles: los diálogos y el aire general de la novela, a caballo siempre entre la cotidianeidad y la lírica, ciertas imágenes muy poderosas e igualmente poéticas como la que explica el título del libro, las referencias culturales y musicales importadas de Occidente, esa prosa sencilla pero contundente que tan bien nos llega a algunos. 

No está mal para la primera incursión en la literatura de alguien cuyos cantos de sirena a este mundo tuvieron lugar en un partido de béisbol, mientras contemplaba el vuelo de la pelota. O eso dice él, y siendo como es un escritor de renombre mundial, se puede permitir el lujo.

El de la camiseta blanca es el prota, el otro la Rata. ¡Yo pensaba que era al revés!
Lo mejor: pues eso, que ya se insinúa el Murakami de obras posteriores.
Lo peor: paradójicamente, lo mismo. Si os tomáis la molestia de leer en profundidad la obra de este señor, pronto os percataréis de que el buen hombre tiene sus temas recurrentes, a los que vuelve una y otra vez. Nos puede pasar a todos y de hecho a mí me sucede y probablemente sea un nexo de unión más con él. Pero si a mí, que me trago todo lo que escribe y publica infaliblemente, me molesta a veces, a otros os puede parecer directamente repetitivo al cabo de unos cuantos libros.

Y eso es todo, salvo que se me olvide algo y actualice más tarde. Bueno, sí: Pinball 1973 no sé cómo será, pero en La caza del carnero salvaje ya suceden 'cosas' tal cual, y Dance Dance Dance es directamente de lo mejor que he leído de él, si bien no de lo más sencillo. 

Ah, y por último: ¿sabíais que Haruki Murakami también es traductor? Ha traducido y es gran admirador de la obra de Raymond Carver, lo cual se hace muy evidente en cuanto lees a ambos autores y compruebas de primera mano la gran influencia del segundo sobre el primero. 

¡Hasta la próxima, pues!